lunes, 4 de octubre de 2010

Tristeza

Me ha llegado en una cadena de e-mails el siguiente texto escrito por una profesora, con el cual me identifico. Así que en esta entrada usaré palabras ajenas para ideas compartidas.

El síndrome Belén Esteban.


Como profesora, las preguntas de los alumnos que más me cuesta responder convincentemente son sobre por qué hay que estudiar cosas que a ellos les parecen inútiles o absurdas, como la Historia o la Geografía. Yo tengo claro qué me aportan a mí, pero de todas las razones que hay para estudiar estas cosas, yo les hago hincapié en lo necesarias que son estas disciplinas para comprender el mundo en el que viven: las coordenadas de espacio y tiempo, que al fin y al cabo son las que tratan la Geografía y la Historia, nos ayudan a conocer el sitio que ocupamos en el mundo y a comprender de dónde vienen todas nuestras realidades. Todo eso les puede parecer ajeno y absurdo, pero muchas de las cosas que estudian tienen que ver con su vida real y, quieran o no, les afectan.

Por ejemplo, ¿quieres saber por qué tienes a tu lado a un compañero que viene de Ecuador? ¿por qué habla el mismo idioma que tú? ¿quieres entender por qué un señor, por nacer con el apellido Borbón, va a ser "rey" y el Estado Español le va a dar mucha pasta (que vendrá de los impuestos que tú pagues de mayor)? ¿por qué lo que digan unos señores europeos en Bruselas va a repercutir -y mucho- en tu vida? Todo eso es Geografía. Todo eso es Historia.

Algunos entienden qué quiero decir, otros no. Yo no llevo mal las preguntas, las protestas... son críos. Es normal. Donde me desarman del todo y me dejan sin respuestas es cuando me dicen que todo eso les da igual. Que para qué quieren saber dónde está Marruecos, si no van a ir nunca. Para qué conocer el tipo de elecciones que hay en España, si ellos no tienen la intención de votar jamás. Que les resbala que haya una guerra en Irak, que media África se esté muriendo de hambre o que la Unión Europea diga "bla". Si ni siquiera les interesa eso, imaginaos lo complicado que me resulta hacer que se interesen por lo que hacían señores de hace cinco siglos, por muy apasionante que yo intente pintarlo.

Y, lo que llevo peor con diferencia, es esa actitud de orgullo con el que exhiben su ignorancia y su cortedad de miras. Esa actitud de "no sirve para nada, no me interesa. Eso que cuentas y a lo que dedicas tu vida es una mierda. "Yo quiero jugar a la Play / irme de compras al centro comercial y ya". La tienen tomada conmigo, que enseño Historia, pero también con los profesores de Lengua, de Biología, de Matemáticas. El desprecio por los libros, por el Arte, por la Cultura, por las Ciencias... no es algo tan raro, y puede conmigo.

Últimamente esa actitud está más de moda que nunca. Tenemos una perfecta encarnación en Belén Esteban, que no sabe nada, no quiere saber nada y se jacta de ello. La mala educación, la zafiedad y la ignorancia puestos en un pedestal día tras día. Todo el mundo la aplaude porque ella es "auténtica" (signifique lo que signifique eso). Conozco a mucha gente a la que le gusta ver a la Esteban y es curioso, porque hay toda clase de personas entre su público. Entre ellos, los que más me llaman la atención son dos tipos: la gente que tiene (o cree que tiene) más educación que ella y la ve como un divertimento, incluso algunos como un consuelo (yo soy mejor que ella), o los que son como ella, que han visto cómo la ignorancia y la mala educación también te pueden hacer triunfar en la vida y que hay que sentirse orgulloso de ello. Eso me da miedo: que se extienda y que sirva de ejemplo a más bobos, que opinen que el no saber nada es estupendo. Que el presumir de ser zafio e inculto se convierta en políticamente correcto y sea bien visto.


"Eh, que yo no quiero ayuda de nadie, que no necesito ayuda, leche" dice la Esteban en un momento de estos cuatro minutos de despropósitos. "Como yo no he pillado esa revolución -la industrial- tres narices me importa" un argumento que podría haber empleado uno de mis peores alumnos. En fin... lo grande es que estoy convencida de que la mayor parte del público (y muchos de los de las mesas) no tenían ni idea de que la chica estaba metiendo la zarpa hasta el fondo y más allá, y reían y aplaudían porque lo decía el regidor del programa.

Entendedme: yo no critico a la gente que no sabe. Yo no sé mucho de tantísimas cosas... tampoco creo que sea motivo de vergüenza el no haber estudiado, el no hablar correctamente o el tener lagunas de conocimiento. Lo que me revienta es la actitud contraria, la exhibición con orgullo de la ignorancia y el menosprecio a cualquier cosa que huela a conocimiento, a sapiencia. Me duele el desprecio a la educación, en todos sus sentidos. Me duele... y me da una pena que me muero.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Labordeta en clase

Despierto con la triste noticia de la muerte de José Antonio Labordeta: profesor, escritor, cantante, político, buena persona. Mi pequeño homenaje será recoger aquí tres de sus poemas-canciones que dan testimonio de su especial vivencia del oficio de enseñar en unos años difíciles.
Rosa, rosae evoca su experiencia como alumno que creció en la Posguerra:

ROSA, ROSAE

Rosa, rosae
y también el valor de pi,
y el recuerdo final
por los muertos
de la última guerra civil:
así, así, así crecí.

Dulcemente educados,
en tardes de pavor,
conteniendo la risa
el grito y el amor,
sin comprender la fuerza
de un viento abrasador.
Fuimos creciendo en filas
de dos en dos,
cruzando las ciudades,
los barrios, la ilusión,
dejando todo atrás
sin comprensión.

Rosa, rosae...

Tristemente avanzando
bajo la lluvia, el sol,
o el aire pavoroso
de un padre sin valor
después de amargas horas
de fuego y de terror.
Y la mudéjar torre
aupándose
sobre un barrio vacío
como ojo escrutador
testigo de la vida
la muerte y el dolor.

Rosa, rosae...

Salimos adelante,
nunca sé la razón,
quizás como testigos,
o náufragos o heridos,
para plasmar la voz
del que nunca la alzó
sobre el viejo mercado,
turbio y atroz,
de gritos y verduras
al frío o al calor
de los eternos días
creciendo alrededor.

Rosa, rosae...

Paisajes urbanos, días escolares evoca la pena, la rabia y la tristeza al saber que uno de sus alumnos del Instituto de Bachillerato Mixto 4, entonces en el Edificio del Pignatelli, militante de la Joven Guardia Roja, había sido detenido y torturado por la Brigada Político y Social de la policía franquista y estaba recluido precisamente en el edificio contiguo.

PAISAJES URBANOS, DÍAS ESCOLARES

Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza
y al preguntar por él
sus compañeros
me han mirado con rabia,
con tristeza.

Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.

Me dicen que su madre
también pregunta
y que su padre apenas
la pena oculta
luego me dicen que
ayer lo vieron
con frases en la mano
de puerta en puerta.

Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.

Sus frases en la mano
de tierra hablaban
de gestos solidarios
de paz, que hermana,
alguien se las truncó
antes del alba
sus frases en el aire
ahora cabalgan.

Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.

Cabalgan hondamente
por las entrañas
de la raíz profunda
de las montañas
y unidas por el aire
a las del agua
cubrirán todo el mundo
con sus palabras.

Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.

En
A veces me pregunto, confiesa sus dudas, absurdos y alegrías como profesor.

A VECES ME PREGUNTO

A veces me pregunto qué hago yo aquí,
explicando la historia que recién aprendí:
los líos de romanos, de moros y cristianos,
el follón del marxismo y el otro coté
donde los yanquis tienen el mango y la sartén.
A veces me pregunto qué hago yo aquí.
viendo como la tarde se duerme frente a mí,
mientras usted Martínez se evade en el jardín,
y la dulce Encarnita García Cortejón
confunde a los etruscos con los negros del Gabón
entre miradas tiernas de Pablo el empollón.
A veces me pregunto qué hago yo aquí,
intentando que aprendan lo de la Ilustración
cuando ellos sólo entienden cosas del rock and roll
y haciendo que comprendan una revolución:
la rusa, la francesa, la de Tutankhamón
y encontrando a Picasso perdido en un balcón.
A veces me pregunto qué hago yo aquí
viendo como los días se pierden sin un fin
y menos mal que a veces una tarde de abril
un alumno te abraza y te dice: “Don José
que bien que lo pasaba en las clases de usted
con la visión cachonda del tiempo que se fue”.
A veces me pregunto qué hago yo aquí.
y en noches de vigilia, te rondan por doquier
los rostros de María, de Pedro y de Javier,
y el gesto de aquel chico que explicaba sin fin.
la batalla del Marne y el cruce sobre el Rhin,
y que leía versos de Rilke y Valery.
A veces me pregunto qué hago yo aquí.

Labordeta queda para siempre con nosostros, a través de sus palabras, sus canciones y su ejemplo cívico.
Foto: Labordeta en sus años de profesor (tomada del Blog de Inde)

miércoles, 31 de marzo de 2010

Cuéntame

Cristina me ha regalado este enlace que, encaja muy bien en este blog. ¡Gracias!